Me contrató para trabajar en la UDEP en 1982, como secretario del Consejo Superior y jefe de Asesoría Legal. Lo acompañé allí hasta que terminó su mandato de rector. Fue un hombre tremendamente organizado, ordenado
Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 17 agosto, 2022. El Tiempo, el 17 de agosto de 2022.“Algo se muere el alma cuando un amigo se va”. Cuántas veces he oído emocionado esta sevillana cuando se la cantaban a San Juan Pablo II. Ahora vuelvo a recordarla -conmovido y dolido- en este día del fallecimiento de Víctor Morales, con quien me ha unido muchos años de amistad y trabajo en diferentes frentes hasta este su final.
Lo conozco desde 1976, cuando Víctor viajaba los fines de semana a Chiclayo a visitarnos a un grupo de estudiantes que habíamos formado un club llamado Kunan (“ahora” en quechua), eran los inicios de la labor del Opus Dei en esta ciudad. Llegaba en un sencillo Wolkswagen (escarabajo), horas de horas de conversación con unos y otros hasta pasada la medianoche. De allí, él me invitaba un café con su sándwich en el bar Roma. Me llamaba la atención que todo un doctor en Medicina nos tomara en serio. Tengo que agradecer este encuentro y otros más de aquella época que marcaron, también, mi vocación de universitario.
Terminé la carrera de Derecho en la PUCP y Víctor me contrató para trabajar en la UDEP en 1982, como secretario del Consejo Superior y jefe de Asesoría Legal. Lo acompañé allí hasta que terminó su mandato de rector. Fue un hombre tremendamente organizado, ordenado. La impaciencia de mis pocos años la moderé y me animó a estudiar los asuntos, preparar los expedientes de gobierno, buscar cuidadosamente las referencias, revisar las experiencias. Sin ser abogado, tenía mentalidad de administrativista: no daba puntada sin hilo. Supo campear muy bien la ley universitaria estatista del Gobierno Revolucionario, manteniendo todos los espacios libres entre los resquicios de aquella legislación que no comprendía el espíritu libre que anida en las universidades y, muchos menos, la libertad creativa de la iniciativa privada.
Como todo buen universitario, tuvo dos grandes pasiones intelectuales: el estudio de las ciencias de la vida y comprender el ser y hacer de la universidad. No cesó nunca de profundizar en ambas materias. En el Club Sama de Lima, en donde atendíamos una floreciente labor con universitarios, continuaba con sus indagaciones y formalizaba sus hallazgos. Como en nuestra época del bar Roma de Chiclayo, en el Sama hemos continuado en estos últimos años con nuestras interminables charlas de café. En esta última etapa, salió a relucir el talante maduro de su personalidad: alegre, amable, sosegado, acogedor, siempre discreto: descansa en paz, querido Víctor.